Cap. #7 Mozambique
Los niños paloma de Beira

José Albino, de quince años, lleva cuatro durmiendo en las calles de Beira, la segunda ciudad de Mozambique. Quiere ser piloto. 

Beira. Mozambique

El peor día en la vida de José Albino era cada noche. Desde hacía cuatro años, José era un niño de la calle en Beira, la segunda ciudad de Mozambique. Era demasiado joven para tener tanto miedo, solo quince años, pero lo tenía. Al anochecer vagaba por las calles desconfiado e inseguro en busca de un lugar apartado dónde guarecerse. Era importante variar. Si repetía rincón, los otros sin techo podían robarle o algo peor. A veces explotaba.

—Quiero salir de la calle.

No era una súplica, era un deseo desesperado, como si decirlo en voz alta acercara la posibilidad de que se hiciera realidad.

—Quiero estudiar, tener un trabajo, formar una familia y que mis hijos no vivan en la calle. Se sufre mucho sin un sitio para dormir.

José quería ser piloto. Sin poesía: le habían dicho que los pilotos cobran un pastón.

Aunque para él la desconfianza era una forma de supervivencia, después de varios días juntos accedió a que le acompañáramos en su búsqueda de refugio nocturno. Tras caminar durante horas, se dirigió con unos amigos a dormir en la estación de tren pero la presencia allí de unos guardias les llevó a una rotonda sombría. Se estiraron en la hierba, encima de plásticos y cartones y, como estaban agotados, se durmieron enseguida. Hasta que apareció una nube de mosquitos. Se despertaron confundidos y fastidiados por las picadas, sin saber dónde ir. José se incorporó y buscó un nuevo catre a la desesperada: se acercó a  un árbol, trepó el tronco y se tumbó en una rama, como si en lugar de un niño fuera una paloma. Fue un gesto instintivo, casi una rendición, de quien más que dormir busca escapar. Los otros le imitaron. En unos minutos la vida se rió en su cara: era imposible dormir allí arriba. Bajaron y José se apoyó en un coche aparcado al otro lado de la calle. Exhausto.

 

—Cuando duermes en la calle, nunca vuelves a dormir bien.

Aturdido, José empezó a quitar mecánicamente el polvo de la luna trasera del vehículo con el antebrazo. A veces se le cerraban los ojos y daba una cabezada, pero como estaba de pie se volvía a despertar. Estaba muerto de sueño.

—Quiero salir de la calle y ser piloto.

El peor día en la vida de José era cada noche.

José era de Marromeu, una ciudad norteña a la orilla del río Zambeze. Hasta los nueve años tuvo una vida normal. En Mozambique, normal significa pobre. Tres de cada cuatro mozambiqueños viven del campo y la mitad de sus 27 millones de habitantes es pobre en un país pobre. La ex colonia portuguesa ocupa el octavo peor puesto en el Índice de Desarrollo Humano, solo por delante de países devastados por guerras actuales como República Centroafricana, Burundi o Sudán del Sur, o castigados por la sequía como Níger o Chad.

En Mozambique, normal a menudo también significa sin red. Es una sociedad abierta y acogedora, pero regida por normas patriarcales arcaicas así que, según la tradición, en caso de disputa o divorcio en un matrimonio, los hijos pertenecen al hombre. Cuando el padre de José abandonó a su madre por otra, y se llevó con él a sus dos hijos, la vida de José y su hermana Ana se convirtió en un infierno. Ante la indiferencia paterna, aquella mujer les convirtió en sirvientes y les propinó palizas diarias. Con once años, José decidió escapar.

—Pensé que no conocía Beira, la gran ciudad.

La aparición de los meninos da rua suele ir ligada en otros países a una urbanización descontrolada y a crisis económicas. En Mozambique, hubo otro factor: la guerra. Tras dos conflictos consecutivos de 1964 a 1992 —el primero por la independencia, que llegó en 1975, y el segundo civil—, la ex colonia portuguesa alcanzó la paz como un país extenuado y con unos cimientos económicos, sociales y políticos resquebrajados. El conflicto fue de tal fiereza que miles de campesinos abandonar sus cultivos y huyeron a las ciudades. En la larga posguerra, la corrupción, la desigualdad y las inundaciones vaciaron a paladas los estómagos de los campesinos. La ciudad fue el refugio de los desesperados, a menudo familias rotas por el conflicto, la pobreza o las enfermedades —Mozambique es el cuarto país del mundo con más infectados por el VIH— y las sombras urbanas se llenaron de niños perdidos: en el país hay 1,8 millones de huérfanos.

José, discreto y sereno, no era como los otros niños de la calle de Beira. No se colocaba con pegamento ni andaba todo el tiempo buscando gresca y midiéndose los nudillos con los demás. Cuando soñaban despiertos, los otros pedían un descapotable, chicas en bikini o una mansión. Él, una hamburguesa del McDonalds con patatas fritas. Era sencillo e inteligente y quien se acercaba a él lo percibía en seguida.

A veces, ser diferente traía milagros envenenados.

Semanas atrás, una mujer a quien había lavado su coche en la Praça do Município a cambio de unas monedas, quedó impresionada por la amabilidad de aquel menino da rua. La mujer resultó ser la directora de una escuela de élite y le ofreció matricularlo gratuitamente si se comprometía a estudiar.

A José le pareció un sueño y la realidad se encargó de darle la razón. Se hizo inviable combinar las mañanas en una escuela rica con las noches en la calle. A menudo no tenía dinero para el transporte público, otras veces le hería el orgullo estudiar con alumnos más pequeños o llegaba tarde a clase, incapaz de seguir la disciplina de un reloj que no tenía. La directora admitió su error y le registró en una escuela de alfabetización en Praia Nova, más cerca del centro y más popular, y José pensó que esta vez sí. Hasta se imaginó como un hombre de provecho, pilotando un airbus.

No ocurrió. Durante un tiempo, José estudió y se esforzó, pero no se adaptó. Dejó la escuela y no regresó nunca más. Volvió a vagar por la ciudad, buscando un lugar diferente donde dormir cada atardecer. Poco después de la noche del árbol frente a la estación, José se esfumó. No han vuelto a verle en las calles de Beira.

Como si en lugar de un niño, fuera una paloma y hubiera salido volando.