La niña de los pies descalzos
Cap. #3 Cabo Verde
La niña de los pies descalzos
La llegada de la energía solar al pueblo pesquero de Monte Trigo, en Cabo Verde, ha cambiado los sueños de Giovana, una niña de 12 años, que ahora quiere ser cantante. La próxima revolución africana está en el sol.
Monte Trigo. Cabo Verde.
Monte Trigo empieza donde África termina. Es un lugar de sueños acotados. Situado en Santo Antâo, la isla más al oeste del archipiélago de Cabo Verde, es un pueblo de pescadores y casas blancas que abriga a sus 270 habitantes entre una playa de piedras negras y la falda del volcán Topo da Coroa, de dos mil metros de altura. Monte Trigo, el penúltimo pedazo de tierra africana antes de que el océano inunde todo, es también un lugar apartado.Para llegar hay que salvar una lengua terrosa durante tres horas en todoterreno o elegir mar: 45 minutos en barca desde la localidad más cercana. Es un pueblo humilde, donde el tiempo no pasa, flota al vaivén de las olas, y el destino de sus habitantes está escrito al nacer: ellos serán pescadores; ellas, amas de casa. La alternativa es emigrar a la “undécima isla”, como llaman al millón de caboverdianos de la diáspora —casi el doble de la población que habita Cabo Verde— que trabaja en Europa y cuyas remesas son el 10% del Producto Interior Bruto del país. Hasta hace siete años, Monte Trigo había vivido en la penumbra, sin red eléctrica. Ya no. Una empresa local, Águas de Ponta Preta, instaló paneles solares y convirtió Monte Trigo en la primera aldea del país en obtener toda su energía de una fuente renovable. La electricidad no solo ha cambiado la vida de los pescadores, que pueden fabricar hielo para conservar el pescado y así no tener que malvenderlo, no solo ha alargado las charlas al anochecer y ha llenado de mundo los salones con televisiones encendidas. Con la luz, hasta los sueños de los niños han empezado a cambiar.
Giovanna tiene doce años, el pelo encrespado y un tono de piel castaño, herencia de cinco siglos de mestizaje, desde que en el año 1460 los portugueses descubrieron aquel archipiélago deshabitado, escondrijo de piratas, y lo convirtieron en puerto franco del mercado de esclavos hacia América y atrajeron a lusos, genoveses y judíos españoles huidos de la Inquisición. Giovana está feliz con la electricidad porque le ha traído regalos: canciones nuevas. Cada tarde, su tío-abuelo Miguel, postrado en una silla de ruedas porque le amputaron las dos piernas por la diabetes, sale al rellano de la casa familiar, enciende la radio que ha cargado durante la noche — las pilas son un lujo inaccesible—e inunda de música todo Monte Trigo. Mientras barre la casa, Giovana tararea las canciones, las memoriza y se imagina en los pies descalzos de la diva Cesárea Évora frente a un Coliseo de Lisboa a reventar.
— De mayor quiero ser cantora, dice.
Las energía solar ha cambiado la vida de millones de africanos. Mientras hoy la mitad del continente —590 millones de personas— no tiene acceso a electricidad, en el último lustro hasta 23 millones de africanos han accedido a la energía solar, a menudo gracias a pequeños dispositivos de fabricación china, baratos y capaces de cargar radios, móviles o luces led. Serán 250 millones en el año 2030. Según la Agencia Internacional de Energía (AIE), el 60% de los africanos que en la próxima década gane acceso a la electricidad lo hará a través de fuentes renovables, la mitad de ellos gracias a la energía solar.
Para Giovana, la llegada de la luz ha provocado el mayor cambio en su vida, si obviamos los abandonos. Ella era un bebé cuando su padre, marinero, se fue a vivir con otra mujer y su madre se marchó a trabajar a otra isla y rehízo su vida, así que ha vivido siempre con su abuela Chiquinha, barrendera municipal, su abuelo Francisco, pescador, y el tío Miguel. Cuando Giovana canta distraída en casa, Chiquinha la escucha disimuladamente mientras limpia el pescado y con una media sonrisa en los labios.
— ¿La oyes? Canta como un ángel. ¡Es un ángel!
La energía solar también ha llenado la escuela del pueblo de nuevos ritmos. Desde hace dos años, el profesor de expresión musical toca un piano eléctrico en clase. Para la mayoría de alumnos ha sido un descubrimiento. Para Giovana, esas notas han sido una revelación.
—Es como si se me metieran por los oídos y me recorrieran todo el cuerpo. ¡Suena tan bonito!
En el resto de África también suenan notas de cambio. Si los gobiernos africanos siguen apostando por energías limpias y se mantiene la reducción de los costes, en el año 2040 el 40% de la producción energética continental procederá de fuentes renovables. Aunque hoy la energía hidroeléctrica y la eólica lideran la producción de energía limpia, la solar es la que más crece. Actualmente, ya existen 700.000 proyectos solares en suelo africano y la previsión es que la capacidad de energía fotovoltaica se duplique en dos años, pero aún es insuficiente: el año pasado, la energía solar solo era el 1’8% de toda la energía generada en África. La clave es el potencial. En 39 países africanos, las radiaciones solares anuales duplican las de países como Alemania, que apuesta notablemente por las energías renovables.
Los domingos Giovana siempre va de excursión a Ribeira d’Arriba, una zona de cultivos a una hora de caminata, donde puede escalar almendros, robar mangos dulces y bañarse en un aljibe, una piscina de hormigón que almacena agua para el riego. Va con los de siempre: Romilson, Lara, Sofía, Jaden, Joaquim Abel y Nelio. Cuando tras el chapuzón se tumba al sol para secarse la ropa, Giovana pide a Romilson, el único de la pandilla al que su madre presta el teléfono, que ponga música en el móvil. Se colocan en corro con el aparato en medio y escuchan una y otra vez los temas de morna, un género caboverdiano de aires nostálgicos, que la mujer tiene almacenados en la memoria del móvil. Les gusta también la canción A Noite, de la artista brasileña Tiê.
En cuanto oye las primeras notas de piano, Giovana se deja ir: se estira con el rostro hacia el cielo y cierra los ojos como si la canción hablara con ella. O de ella.
Y sueña cantando.