Cuando el clima es un pupitre vacío

Cap. #6 Madagascar
Cuando el clima es un pupitre vacío

El cambio climático y la deforestación en Madagascar erosionan los caminos y alejan a Marceline Razanantsoa, de 15 años, de su sueño: ser profesora. Cada día tarda más en ir a la escuela.

Antanifotsy. Madagascar

Cuando el día acaba, para Marceline no acaba. Antes de la medianoche, entra en la habitación con una linterna encendida e intenta no hacer ruido, pero los tablones crujen bajo sus pies. Cinco de sus ocho hermanos duermen en el suelo y ni se inmutan. Apenas algún manotazo fugaz para espantar a las chinches y regresan los ronquidos. Envuelve el ambiente el olor agrio a heno y orín que emerge del establo, situado en el piso inferior para aprovechar el calor de las vacas. A Marceline Razanantsoa, de 15 años, le gustaría descansar pero no puede todavía: alumbra la mochila, saca una libreta y la coloca en el suelo, sobre un saco roto. A la luz de la linterna, que apenas ilumina el papel, Marceline escribe una redacción en francés. Los deberes de la escuela. Tiene que darse prisa o apenas podrá dormir. Cada día, a las tres y media de la madrugada debe dejar su aldea de Antanifotsy , en el centro de Madagascar, y bajar fardos de leña para venderlos en el mercado del pueblo de Betafo, donde también está su colegio, a casi dos horas a pie. Marceline resopla, agotada tras un día largo. Además de ir a colegio por la mañana y caminar casi cuatro horas entre la ida y la vuelta, ha tenido que cocinar, lavar la ropa, limpiar la casa, cultivar, ir a buscar agua a la fuente y recoger a los animales. Cuando termina la redacción, se estira y pide tener suerte:

—Espero que mañana no llueva.

Si hay tormenta, además de llegar empapada a la escuela, tardará el doble en recorrer el camino. Cada vez tarda más. 

El cambio climático y la deforestación están provocando una situación límite en Madagascar, la mayor isla de África. Las lluvias torrenciales y la deforestación por el mercado negro de madera están resquebrajando el paisaje. La escasez general tampoco ayuda. Como el 80% de la población es pobre y comprar carbón es un lujo inaccesible, la tala de árboles para obtener leña se ha multiplicado. Y sin el sostén de las raíces, la tierra se desprende y la erosión destroza los caminos. Marceline ha tenido que cambiar su ruta al colegio. “Antes el camino era fácil porque iba por otro valle, pero ahora está lleno de agujeros y no se puede pasar. El camino nuevo pasa por un desfiladero estrecho y cuando llueve se desmorona”.

El continente que menos CO2 produce del mundo es el que más va a perder por el calentamiento global. Según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU, para el año 2100 las temperaturas en África habrán aumentado 1’5 veces más rápido que en el resto del planeta. Las consecuencias serán cambios en la constancia y la variabilidad de las lluvias, aumento del nivel del mar, desertificación y fenómenos meteorológicos extremos como tifones, sequías o inundaciones. La pobreza crónica y el ecosistema insular único de Madagascar, un crisol de culturas que atrajo navegantes árabes, persas, indonesios, europeos y africanos, convierte al país en uno de los más vulnerables a la destrucción ecológica. La naturaleza malgache es tan única como frágil. La isla lleva tanto tiempo aislada del resto del mundo —se separó de África primero hace 165 millones de años y de la península de India hace 88 millones— que su ecosistema ha evolucionado de manera única. El 90% de su flora y su fauna son endémicas.

 

Para Marceline el cambio climático significa, además, un pupitre vacío.

Sus pies están acostumbrados al suelo movedizo y se nota. Enfundada en la bata azul de la escuela de los salesianos de Betafo, desciende por rampas embarradas, salta entre rocas sueltas y salva cañadas que cuando llueva se desbordarán. Atraviesa también un bosque muerto: un mar de tocones unidos a sus raíces y con el corte cerca de la base.

— Antes había cientos de árboles ahí.

Acelera el paso porque no quiere llegar tarda al colegio.

Marceline tiene la voz dulce, el pelo negro y rasgos indonesios. De mayor quiere ser profesora. También es creyente, así que no descarta ser monja; así se aseguraría poder estudiar y ser maestra. No siempre ve claro que podrá acabar su educación. Además de la necesidad de traer un sueldo a casa cuando tenga edad de trabajar de manera formal y de la dificultad de pagar las tasas escolares, mira hacia el cielo y lo entiende como algo personal. La deforestación, la erosión y los bandazos climáticos no solo destruyen el paisaje y dificultan el paso, también vacían su mesa y su futuro. Porque cuando llueve, la tierra suelta se lleva los cultivos y cuando hay sequía las cosechas se secan y entonces Marceline sabe dos cosas: que tendrán que comer yuca hervida todos los días y que en la escuela le irá regular.

— Por culpa del clima tenemos que labrar más porque los alimentos se encarecen. Y yo no tengo tiempo para estudiar hasta que no acabe de trabajar.

 

Según el Banco Mundial 100 millones de personas en el mundo serán empujadas a la extrema pobreza por culpa del calentamiento global. El continente africano se llevará la peor parte. Sin una acción urgente y global, África Subsahariana tendrá 86 millones de refugiados climáticos en el año 2050.

Después de casi dos horas de caminata, Marceline se seca el sudor de la frente antes de entrar en la escuela, situada junto a la catedral de la ciudad. En el patio, los demás niños aguardan en fila, con sus batas azules impolutas, para cantar el himno malgache. Algunos tienen cara de que se les han pegado las sábanas antes de desayunar. Apenas son las ocho de la mañana y Marceline lleva casi cinco horas despierta. Los profesores lo saben y a veces le disculpan que se quede dormida sobre el pupitre. Saben también que es una niña inteligente y que si viviera en la ciudad conseguiría acabar seguro la escuela. Pero vive en una aldea en las montañas.

Tras el himno,  y cuando suena una campana, los alumnos gritan y corren hacia sus aulas. Marceline no corre; avanza en silencio, con la cabeza alta, y antes de entrar se gira y se despide con el brazo. Luego entra decidida a clase.